Canción para los días de la vida

Jueves 04 de junio de 2015
En su nuevo libro, Paracaídas y vueltas, el músico Andrés Calamaro reúne memorias, comentarios al paso, fragmentos de canciones y poemas, diarios de conciertos, prólogos, falsas entrevistas, etc. Aquí presentamos el texto que escribió a modo de despedida a Luis Alberto Spinetta.
Por Andrés Calamaro.
Hoy le conté a mi hija quién fuiste, pues me vio escribiendo ensimismado y mi emocionada concentración le llamó la atención. Dibujé una rayuela terminada en el cielo, inventamos canciones y buscamos el sol en el agua para mirar el cielo atardeciente y contarle a la niña que estabas brillando entre las nubes, haciendo lo de siempre; iluminando con luz y calor nuestras clorofilas, con un abrazo para dar amor y amistad por delante.
Esa luz que va a brillar con el sol todos los días, Flaco.
*
Recuerdo todas las veces que nos vimos y lo vi. Cada palabra que me dijo y cada abrazo que nos dimos.
Lo conocí en un ensayo de Nito Mestre hacia donde me llevó Leo Sujatovich. Aquella tarde me pidió (sencillamente) que le alcance un parliament y le sostenga una formidable Gibson 335.
Me podría haber retirado de la música en ese momento, antes de empezar. Hecho. Esa fascinación por el Flaco todos la entendemos y la mayoría la experimentamos. No entendemos el rock en Argentina sin Luis, como tampoco se entiende sin Pappo o sin Litto. Algo más allá de la imponente belleza lírica de su repertorio. Sí mismo. Fuimos compañeros y amigos en la música. La amistad de los músicos que se prolonga cada vez que nos volvemos a ver. Podía esperarme en el estudio (con mates y torta frita) para hablar de música con honestidad brutal. No regalaba un elogio si no estaba seguro de ser sincero y analítico. Se tomaba muy en serio la música, la actitud poética y vital, la cuestión ética de ser. En mi período posterior a Los Abuelos de la Nada (el disco “Vida cruel”) me apoyó públicamente y ofendió a los fundamentalistas.
*
Existen aún los puristas que estudian sus períodos y sigue siendo una referencia irrompible e irremplazable. Nos dimos nuestro último abrazo en el aeropuerto de Santiago de Chile. Alguien dijo que me buscaba para saludarnos, corrí medio aeropuerto y nos abrazamos largo y tendido. Él estaba reconciliándose con mi repertorio después de una serie de desencuentros estéticos, y es posible que haya tenido en cuenta alguna de mis canciones para su maratón de Bandas Eternas. Ese epitafio inexplicable.
Yo estaba en Chile, en vísperas de un concierto nuestro, cuando leí que me había mencionado antes de empezar aquellas horas eternas. Me nombró entre los autores que le hubiera gustado cantar, de haber tenido tiempo… Junto a Indio Solario y otros notables (!).
Unas semanas después le rendí silencioso homenaje cenando en su restaurante preferido. Antes de terminar la carne e irme, el sushi man me agarró del brazo y me llevó a mirar juntos una caricatura de Luis. Un retrato.
«Se fue una gran persona», me dijo.
Y nos quedamos en silencio un rato.
Estaba entonces con mi hija en la pileta de mi rancho suburbano, miré fijamente el sol y le expliqué que ahí arriba está Luis Alberto.
Y los dos te saludamos con la mano.