Boicot a Borges

Domingo 21 de junio de 2015
María Kodama impulsa el juicio por defraudación a la propiedad intelectual a Pablo Katchadjian debido a la intervención que el autor hizo sobre "El aleph", de Jorge Luis Borges, para producir "El aleph engordado".
Por Antonio Jiménez Morato.
Hay una amenaza que se cierne sobre la literatura, no ya argentina, sino mundial. Se llama María Kodama. Kodama no es una escritora renombrada ni editora de prestigio (tiene libros publicados, pero ha pesado el factor de ser viuda de Borges para que se publicasen), no hace crítica, no da clases, tan sólo es una viuda. De hecho, esa es su profesión: viuda. Una viuda que regenta los derechos del que, posiblemente, sea el escritor más importante del siglo xx. Unos derechos que generan una riqueza abundante y perpetua, de la que disfrutará hasta el día en que se muera como dicta la ley. Pero no parecer ser suficiente. A la viuda no le basta con los ingresos que genera la obra de su difunto esposo; no le es suficiente con los recuerdos de su, nada permite suponer lo contrario, feliz matrimonio, sino que además, la viuda quiere poseer la obra de su marido. No sus derechos que son ya suyos por ley, sino la obra. La que ella fue, es y será incapaz de producir. La que es incapaz de entender a tenor de cómo gestiona sus ediciones sin respetar la voluntad de Borges (se han reeditado varios libros que él jamás quiso ver impresos de nuevo y ha segmentado la obra como él jamás lo hizo) y la que no parece estar capacitada para interpretar a tenor de sus intervenciones al respecto. Hace unas semanas, pocas, estuve en la universidad de Brown como asistente del congreso internacional trasatlántico que tiene lugar bianualmente en ese centro de estudios. Una de las invitadas estrella era la viuda. Leyó una pesadísima y pedante conferencia sobre la obra de su difunto esposo a lo largo de una interminable hora. Tenía la profundidad intelectual de un trabajo de un alumno de secundaria aplicado. Frases huecas y retóricas, ningún andamiaje de textos de referencia, tan sólo una interpretación banal de dos pasajes mínimos de la obra de Borges y un poco de divulgación sobre mitología clásica que parecía sacada de un especial del Reader’s Digest. Nada que merezca ni siquiera ser analizado con seriedad. A la salida los espectadores de la conferencia sólo comentaban la respuesta final que dio a una pregunta de Julio Ortega, que supo tener la delicadeza de permitirle finalizar el acto ejerciendo de lo único que sabe hacer: ser viuda. Esa mujer capaz de cobrar por semejante espectáculo es la que pretende erigirse en juez de lo que fue Borges, de lo que puede ser o no, de quién puede acercarse a su obra y de quién no. Y, lo que es peor, es alguien que no duda en usar su dinero y poder –que son lo mismo, pero muchas veces la gente olvida que el poderoso es quien tiene el dinero necesario para hacer lo que le viene en gana– para arruinarle la vida a los autores que trabajan sobre el legado de Borges, del mismo modo en que lo pueden hacer sobre el de cualquier otro autor del pasado. Digámoslo claro: María Kodama no ha demostrado, hasta el día de hoy, una capacidad mínima para poder ni tan siquiera mantener un debate de cierta categoría, no muy elevada, sobre la obra de su esposo. No hay que molestarse en pensar en ningún otro autor como tema, dudo mucho que ella conozca muchos más nombres. No llegan cheques a casa por los derechos de sus obras. Cuando, hace unos años, se hizo público un inédito de Bioy Casares, posiblemente uno de los libros más importantes de lo que va de siglo, su monumental «Borges» se permitió el lujo de considerar como una traición lo que escribió el amigo de su esposo al describir ciertos pasajes que guardó celosamente hasta la muerte ¡de ambos! Bioy Casares fue amigo de Borges prácticamente toda su vida, lo cuidó y lo alimentó casi a diario en su casa, seguramente supo más cosas de él que su propia viuda. Por eso Kodama parece no poder perdonarlo. Bioy posiblemente conocía más a Borges de lo que jamás lo hará de Kodama. Por eso ella no puede dar por bueno ese libro.
Hace unos años, Kodama cambió las reglas del debate literario. Lo que hasta entonces era una conversación más o menos civilizada en el terreno intelectual se desplazó a los tribunales. Consiguió que se retirara del mercado un libro, «El Hacedor» de Agustín Fernández Mallo, que sería mejor o peor (a mí me interesó poco), pero que no hacía sino continuar la labor que tanto hizo Borges: interpretar, saquear, dialogar, con las producciones culturales del pasado. En medio del «Poema conjetural» hay un verso de Dante. No sabemos de ninguna denuncia por parte de los abogados de los herederos de Dante a Borges. Pero sí sabemos de denuncias de los abogados de Kodama. En concreto de una que hizo contra Pablo Katchadjian y su intervención «El Aleph engordado». Hoy se ha sabido que un juez, porque la judicatura está llena de cosas inexplicables, ha fallado a favor de la demanda. No creo que llegue la sangre al río y Katchadjian apelará, espero, y posiblemente evite la injusta condena. Sí que creo, conviene decirlo, que el Ministerio de Cultura argentino debería de tomar cartas en este asunto de inmediato. Para defender en primera instancia a Katchadjian, por supuesto, pero a la larga a todo creador argentino, porque el problema es que Kodama no está amenazando sólo la vida de un autor, sino la de todos los artistas que quieran usar algún aspecto de la producción de Borges y van a tener que pasar por el filtro de y soportar las opiniones (ya se ha mencionado la escasa capacidad de la viuda, para qué extenderse) y someterse a la decisión de una persona cuando la herencia de Borges es universal.
Yo puedo entender el odio de Kodama hacia Katchadjian. Donde ella sólo aportó esterilidad él ha demostrado que Borges sí era fértil, que hay una descendencia borgeana que, por supuesto, no pasa por ella. Katchadjian puede ser uno de los hijos que Borges no tuvo, pero sí generó, alguien capaz de revisitar la tradición para dotarla de nuevo cuerpo, de engordarla. Lo ha dicho uno desde hace varios años, «El Aleph engordado» es la metáfora perfecta de lo que todo creador hace con la tradición: añadirle grasa, retórica, pero no modificarla en su esencia. Si Kodama fuera capaz de leer se habría dado cuenta hace mucho tiempo de que el texto de Katchadjian es el mejor homenaje que pueda hacérsele a Borges. Pero, como ya he dicho, hay que saber leer para darse cuenta de ello. Lichtenberg, en uno de sus epigramas, deja claro que un libro es un espejo: no refleja un ángel cuando quién se mira en él es un mono. Kodama, quizás involuntariamente, está jugando a ser Medea. O no, ni eso, porque Medea mató a sus hijos, y en este caso los hijos lo son sólo de Borges. Ella, como siempre, no hizo nada.
Así que quizás ha llegado el momento de, hasta que la viuda pase a mejor vida y descanse en paz y en paz nos deje, hacer un boicot a los libros de Borges. No comprar ni un solo libro nuevo de Borges, así de claro. Usar las bibliotecas, consultarlos de internet (está todo subido), comprarlos de segunda mano. Cualquier cosa menos permitir que sigan generando dinero. Está claro que a la viuda la obra de su esposo le importa poco, no sabe leerla a tenor de cómo se maneja con ella, pero sí parece querer mucho el dinero que genera. Bien, qué mejor modo de contrarrestar su actitud que convertirlo en una ruina. Si las ventas de los libros caen se generarán menos regalías, los editores no renovarán contratos y adiós a los suculentos anticipos que da la obra de Borges. Así que quizás, aunque sea un esfuerzo titánico, ha llegado el momento de tomar la difícil decisión de hacer un boicot a Borges, de no comprar ni un libro suyo. (Animaría incluso a los libreros a devolverlos a las editoriales si tienen la posibilidad de hacerlo.) Algo hay que hacer para parar a esta señora de una vez por todas. Borges es demasiado grande para ella.