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Biografía de una máscara

Nothomb es más una artista conceptual que una escritora: si no leemos la solapa de sus libros, si no conocemos algo de su vida, su encanto disminuye. Es lo que pasa con el arte conceptual: necesita de una guía de lectura.

Por Luciano Lamberti.

Cada tanto me leo "una de Amelie Nothomb", como cada tanto me leo "una de César Aira" (*). Son cortas, son rápidas, son graciosas. En todas, publicadas siempre por Anagrama, aparece la autora en la tapa, con diferentes disfraces y edades, lo que marca un proyecto estético que va desde la más pura autobiografía (sobre un libro suyo dice en una entrevista: “No tiene elementos autobiográficos, es pura autobiografía”) a la más pura invención de personajes siempre desfasados y crueles. Nothomb publica religiosamente un libro por año, algunos muy cortos, otros más largos (aunque nunca muy largos), todos disfrutables en el sentido más simple de la palabra.

 

Perversión, sentido del humor, reflexiones francesas. La mayor parte de sus libros se asienta en el diálogo, ya sea directo o a través de cartas o emails, como si en ese conflicto entre dos formas de ver el mundo (una siempre cercana al sentido común, otra explosiva, provocadora) se dirimiera toda su poética. O como si ella misma fuera dos personas a la vez: la que pertenece al mundo y la otra, la que está corrida unos centímetros del mundo y lo mira desde allá. “Mi único tema, el fundamental, es el enfrentamiento entre los seres humanos”, ha dicho en una entrevista que le hizo Maximiliano Tomas, quizás su mayor difusor por estas tierras.

En Una forma de vida, una novelita corta muy disfrutable, ella misma como personaje comienza a recibir cartas de un soldado norteamericano en Irak, que sufre, como la mayoría de esos soldados, el síndrome de la obsesidad. En Diario de golondrina, un hombre aburrido aprender a matar por encargo. Viaje de invierno narra la biografía ficticia del hombre que realizará en un par de horas un atentado con un avión. Después hay una saga de libros autobiográficos que quieren agotar todos los años de su vida: Estupor y temblores, Ni Eva ni Adán, El sabotaje amoroso, entre muchos otros. Se leen en un lapso que puede ir de 48 a 72 horas, como para cortar dos libros largos.

Podría pensarse que los libros de esta autora belga nacida en Japón no hacen sino crear un gran friso, un retrato en el tiempo más que en el espacio, que abarca desde su infancia como una hermosa niña de grandes ojos negros a la mujer gótica de hoy. En la oscuridad impostada hay algo siempre del orden de lo ridículo, y su caso no es la excepción: no es que no le creamos al personaje, es que el personaje es inocente, tan cínico que ya carece de cinismo, y ahí radica su encanto.

Los personajes de los libros de Nothomb, cuando no son ella mísma, son un fiel reflejo de ella misma, casi más creíbles que su propio autoretrato. Al igual que Aira, Nothomb es más una artista conceptual que una escritora: si no leemos la solapa de sus libros, si no conocemos algo de su vida, su encanto disminuye. Es lo que pasa con el arte conceptual: necesita de una guía de lectura.

Como la famosa carta robada que había quedado a la vista, la autobiografía no es otra cosa que un intento desesperado por ocultarse. Es lo que no entendió Salinger (¿o lo entendió y fue un histérico?): la exposición es una forma de ocultamiento, el verdadero escritor oculto, del que no sabremos nada, es el que baila en los cócteles con Marilyn Monroe. La verdadera Amelie Nothomb no aparece en sus libros (“Cuento la verdad, pero no la cuento toda”, dice astutamente en una entrevista de youtube).

A otros escritores, por el contrario, uno los conoce mejor que sus propias mamitas, aunque no hayan escrito nada autobiográfico. Porque ¿qué más autobiográfico que un estilo, que una forma de ver el mundo, que el tono de una escena o el ritmo de una prosa? Los mejores escritores son menos que su obra, no saben lo que han escrito, son superados por su propio tema, andan a oscuras por esas cuevas que van al centro de sí mísmos, donde hay un mono gritando desnudo y golpeando las húmedas paredes con un palo. De allí traen sus visiones, que son más propias de la humanidad, si leemos al bueno de Jung, que de una persona en un tiempo determinado.

***

(*) Gran e inexplicable revuelo hace unas semanas en el mundito de las letras argentinas porque Patti Smith había leído El cerebro musical de Aira y lo había comentado para El New Yorker. “Aira Superstar”, tituló Clarín. No somos más cholulos porque no nos pegan con un palo. Patti Smith es menos interesante como crítica que cualquier lector profundo de Aira, cualquier crítico de mi edad. Su reseña incluye una frase como “Queda clara la conexión de Aira con la forma de actuar de los inocentes”, lo que solo demuestra su propia inocencia. Además nadie sabe si las novelas de Aira son buenas o malas, o nadie ser atreve a decirlo, ni siquiera Patti Smith, de la que no sabemos tampoco si su música (o cualquier cosa que haga, que tampoco nadie sabe muy bien qué es) es buena o mala, solo tenemos un par de fotos suyas de joven, una famosa con Robert Mapplethorpe, otra sola con un saco colgado del hombro, es linda pero eso no es ningún mérito, o quizás sí, el tiempo no ha sido generoso con ella (o quizás sí). En fin.

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