Bailando al borde del abismo

Miércoles 05 de agosto de 2015
Miguel Grinberg compila en Un mar de metales hirvientes. Crónicas de la resistencia musical en tiempos totalitarios 1975-1980 (Gourmet Musical) las notas que escribió en el diario “La opinión”.
Por Irina Ponti.
A fines de los setenta, Juan Carlos Kreimer escribía Punk. La muerte joven exiliado en Londres mientras Miguel Grinberg retrataba el incipiente rock nacional en el diario “La opinión” de Buenos Aires. Dos ciudades en pleno no-future, pero mientras en la primera los Sex Pistols arruinaban el Silver Jubilee de Isabel II tocando “God save the Queen” en una lancha en el Támesis —tenían prohibido tocar en suelo inglés—, en Buenos Aires los músicos hacían esfuerzos por mantener los pequeños espacios de fuga que les permitía a regañadientes la dictadura a fuerza de mostrar ternura, amor y paz. O, por lo menos, eso es lo que intenta mostrar casi obsesivamente Grinberg en aquellos textos, reunidos ahora en el volumen Un mar de metales hirvientes. Crónicas de la resistencia musical en tiempos totalitarios 1975-1980 (Gourmet Musical).
El rock nacional es amor y paz: «Fue una velada intensa y pacífica», «el amor retumbó a los cuatro vientos», «Charly García ofrecerá su festival del amor», etc. ¿A qué lector se dirigía Grinberg con esas frases de empalagoso amor hippie? Jacobo Timerman fundó “La Opinión” en 1970; Grinberg entró en la redacción en 1975, durante el apogeo de la Triple A. En 1977, un año después del golpe, Timerman fue secuestrado y el diario intervenido. Desde entonces, Grinberg debía discutir cada nota con el nuevo director, el General Goyret. En esos «tiempos de violencia generalizada», Grinberg, a quien se le nota los malabares para saltar la censura (por ejemplo: decir violencia generalizada en lugar de represión), señalaba que el rock podía «convertirse en ejemplo de concordia».
Lo llamativo es que una vez resuelto el control militar, Grinberg no era alguien complaciente. Gabriela Massuh dice en Desmonte (Adriana Hidalgo) que la sección Cultura de los diarios no tolera las malas noticias. Algo así dice Maximiliano Tomas cuando desde sus columnas habla en contra del “periodismo cultural buena onda”. Ellos hablan del periodismo literario, pero se puede trasponer sin esfuerzo en la música. ¿Cuándo fue que el rock empezó a decir Sí! y se llenó de Bebes Contepomis? El título del libro viene de una frase de Luis Alberto Spinetta: “La belleza es un mar flagrante de metales hirvientes, y sólo es belleza si el cocinero se aleja prudentemente y sabe las manipulaciones. Si no sabés los procesos, se convierte en una lava hirviente que te quema el rostro y te destruye”. Grinberg promovía una generación de artistas bajo sospecha permanente, pero sabía que su rol era el de crítico, el de analizar la labor del cocinero. Subrayaba el rock aborigen (bizarro adjetivo para decir vernáculo) de Los Jaivas de la misma manera que destrozaba los conciertos de Serú Girán:
Que las melodías sean más o menos lindas, que los solos suenen más o menos impresionantes, que el acompañamiento orquestal resulte sólido... resulta de pronto secundario. No porque no se espere de un conjunto lo mejor, sino porque el rock argentino ha caído hace rato en un pantano de viajes egocéntricos insufribles, dañando así el género como expresión creadora de una generación bastante marginada. Y ocurrió finalmente que Serú Girán no tiene otra cosa que proponer un “producto” sonoro, a ratos convincente, a ratos neutro, siempre carente de devoción.
Grinberg —al igual que Kreimer, a quien mencionamos al comienzo del artículo— escribía en un aquí y ahora muy urgente. Las repeticiones en la cita de arriba son una muestra de la desprolijidad productiva que puede tener un texto periodístico. Sin melancolía ni mitos (algo de lo que adolece, por ejemplo, ¡Qué circo! de Miguel Cantilo), las páginas de Un mar de metales hirvientes siguen los pasos de Crucis, Pescado Rabioso, León Gieco, Litto Nebbia, Nito Mestre, Aquelarre, Alas, Moris, Raúl Porchetto, Santaolalla, Charly García, Pappo, Billy Bond, Mono Fontana, Invisible, Manal. Y entremezclados: Astor Piazzola, Osvaldo Pugliese, Susana Rinaldi, Eduardo Falú, Atahualpa Yupanqui, el editor Jorge Alvarez. Muchos de ellos estaban en listas negras o debieron exiliarse. Grinberg discute el mercado, el manejo de los sellos y la organización de festivales, los musicales en televisión (dice: «los productores de emisiones para los jóvenes argentinos ven a la generación actual como una multitud de infradotados»; cuántos diarios estarían dispuestos a dar semejante patada a la corrección política) y más.
El último artículo de Grinberg en “La opinión” fue el 24 de agosto de 1980, poco antes del cierre definitivo del diario. «Yo no me autocensuré y mucho menos canté loas al régimen», dice en un prólogo que casi se empantana en la teoría de los dos demonios. Y sigue: «¿Los antiguos redactores fuimos colaboracionistas del Proceso? Eso lo afirmaron algunos escritores exiliados cuando volvieron al país durante 1983-84 al despuntar la re-democratización argentina. Por el contrario, pienso que fuimos parte de una “resistencia cultural” en el contexto de la prohibición de los comités partidarios, los sindicatos y los centros estudiantiles. Releo los textos, evoco los tiempos, y como nunca antes percibo que anduvimos siempre al borde de un abismo.»
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