Apunte sobre la lectura

Miércoles 18 de noviembre de 2015
"Se puede enseñar a leer. Se puede, incluso, y con horrendos resultados, obligar a leer. Pero el placer de leer se adquiere solo. Se ama o no se ama leer."
Por Virginia Cosin.
No sé cuándo compré ese librito. Sé que fue hace mucho, yo tendría unos veinte años. En ese momento y a pesar de que es verdaderamente breve, solo leí las primeras páginas. Después fue a parar a la biblioteca conyugal de donde lo rescaté y, esta vez sí, leí completo. Como muchos de los libros que luego formaron parte del desembalaje post separación éste ostenta distintos tipos de subrayados. Unos están hechos con lápiz y el trazo es leve, como si quien presionó la mina contra el papel hubiera sobrevolado el texto mientras subrayaba. Otros –los míos, claro- están hechos con fibra o lapicera, mucho más irregulares y desprolijos.
Sobre la lectura es, en realidad, el prefacio que Proust escribió para su traducción de Sésamo y Lirios, de John Ruskin y fue publicado por primera vez en la revista "La Renaissance Latine" en 1909. Mi ejemplar fue publicado por PreTextos, cuyas ediciones son siempre exquisitas a la vista y al tacto.
Recordé este libro hace unos días, cuando me pregunté, a propósito de la lectura de un libro de y sobre el teatrista Juan Carlos Gené (Mi patria es el escenario) cómo y por qué nace un lector. Gené cuenta que a pesar de vivir en un hogar de gente ilustrada, su casa carecía de biblioteca y quien influyó principalmente en su vocación de lector fue un mucamo anarquista que velaba por él cuando de chico se enfermaba, leyendo junto a su cama historias de Emilio Salgari y Julio Verne. Pensé también en aquellos lectores empedernidos en cuyos hogares familiares no había habido jamás un libro y sin embargo se rindieron a la pasión por la lectura gracias al encuentro fortuito con algún ejemplar maravilloso que lo capturó para siempre y lo impulsó a continuar devorando otros. Y pensé además en casos contrarios: gente que crece rodeada de libros en casas donde se cultiva el amor por la literatura y que, sin embargo, y por más que lo intenten, no consiguen interesarse.
Se puede enseñar a leer. Se puede, incluso, y con horrendos resultados, obligar a leer. Pero el placer de leer se adquiere solo. Se ama o no se ama leer.
Quizá Proust sea el lector apasionado canónico, aquel que mejor describe esa sensación subyugadora que produce internarse en la lectura, como la de un mortal que se deja seducir por los encantos irresistibles de un dios olímpico. Pero es también un observador finísimo, un nadador de los que pueden bucear en lo profundo y a la vez flotar sobre la superficie dejando una parte del cuerpo fuera del agua.
“Quizá no hubo días en nuestra infancia más plenamente vividos que aquellos que creímos dejar sin vivir, aquellos que pasamos con un libro favorito”. Así empieza Sobre la lectura. Internándose en el placer infantil de dejar de ser por un rato. Aunque, unas páginas después, nos advierta que leer no es lo mismo para un niño que para un adulto. El libro, dice Proust, es como un amigo. Pero un amigo cuya compañía difiere de la que se experimenta estando con otro porque lo que caracteriza a la lectura es que se hace en soledad. Daniel Mundo, en Pasatiempos, recuerda que “Agustín, en Las confesiones, nos cuenta lo que significaba para él ver a Ambrosio inclinado sobre un libro, leyendo sin emitir sonido alguno. El impacto que le provocaba aún resuena en nosotros para quienes no hay otra manera de leer distinta de la que él inauguró. En silencio, doblado sobre la página abierta, sentado o recostado como un pescador”. El lector adulto está inmerso en un mundo pero lejos de desaparecer en él está más cerca de sí mismo de lo que estaría, simplemente, solo o con otros. La escritura, huella de una ausencia, es amparo y a la vez desamparo. “Y es ésta –continúa Proust- efectivamente, una de las grandes y maravillosas cualidades de los bellos libros (y que nos hará comprender el papel a la vez esencial y limitado que la lectura puede desempeñar en nuestra vida espiritual), algo que para el autor podría llamarse “Conclusiones” y para el lector “Incitaciones”. Somos consientes que nuestra sabiduría empieza donde las del autor termina y quisiéramos que nos dé respuestas cuando lo que puede hacer por nosotros es incitar nuestros deseos”.
Con Roland Barthes pienso que todo lector apasionado es un escritor en potencia. Pero “Para pasar del deseo de leer al deseo de escribir –apunta en La preparación de la novela- hay que hacer intervenir un diferencial de intensidades; no se trata de la alegría de leer, expresión banal que puede servir de divisa a una librería: esta alegría produce lectores que siguen siendo lectores y que no se transforman en escriptores. La alegría productora de escritura es otra alegría: es júbilo, es un ex tasis, una mutación, una iluminación, lo que suelo llamar un satori, una conmoción, una conversión.”
Otra vez Proust: “No sucede lo mismo con el ilustrado. Éste lee por leer, para recordar lo que ha leído. Para él el libro no es el ángel que levanta el vuelo tan pronto como nos ha abierto las puertas del jardín celestial, sino un ídolo petrificado, al que adora por él mismo y que en lugar de dignificarse por los pensamientos que despierta transmite una dignidad falsa a todo lo que lo rodea”.
Por eso, me parece que es claro, leer no puede ser un deber, una imposición. La lectura solo puede ser en la medida que se vuelve necesaria en el sentido del deseo: no una orden sino UN orden, una sintaxis.