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"El amor sin pruebas es sólo fanfarroneo"

¿Qué leen los que hacen música? Paula Maffía, a quien podemos escuchar sola o acompañada en La cosa mostra, Las taradas, La orgía o Dúo camorra, comparte con nosotros su biblioteca: "Uso mis lecturas como un diario íntimo escrito por otros pero editado por mí".

Por Valeria Tentoni.

Es una pregunta simple pero su respuesta casi siempre resulta en algo revelador acerca de quien la responde: ¿Por qué leemos? Paula Maffía dirá que “para suspender un rato la angustia de estar atados a una sola vida”.

Cree que “la fusión es el más próspero ámbito para el desarrollo pleno del arte” y, por eso, si bien podemos escucharla como solista, también la encontraremos en Las taradas (“una orquestina de señoritas que rememora canciones poco conocidas de los 40 y 50, conservando su sonoridad original, a la que agregan toques propios y contemporáneos”), La cosa mostra (coqueteo swing, sonido jazzy, raíces punk), junto a Felipe Barroso en el Dúo camorra o en su proyecto más reciente, La orgía. Paula se dedica a la música desde los 15 pero además estudia Antropología social, dibuja, pasea en bicicleta y lee al sol en la terraza de la casa en la que vive en La Boca, rodeada por sus gatos: “Siempre tuve libros cerca y siempre los consideré grandes aliados”, explica.

 

“Mis primeros libros son los que me traían mis viejos, que eran protagonizados por niños animalitos pero con ropita y actividades de humano. Venían con un cassette y te contaban la historia con música, foley y todo. Había uno que me aterrorizaba, que hablaba de una ardilla que se daba un atracón de nuecesitas y, a la noche, por los dolores de muelas, soñaba con unos dientes medio macumba que bailaban al son de unos tambores… ¡Después de esa imagen no me podía dormir! Cuando nació mi hermana mi abuela Tuka me regaló una saga de libros japoneses sobre una familia de chanchos. Las historias eran increíbles y los dibujos también. Luego la abuela me generó mi primer vicio, comprándome una versión light de los mitos griegos. Y ya no hubo vuelta atrás, porque comprendí que algo me apasionaba. Me volvía loca leer cómics o los Elige tu propia aventura, pero nada estaba a la altura de la historia de Jasón y los Argonautas, Los doce trabajos de Hércules, el descenso de Orfeo, la Ilíada, el laberinto del Minotauro, los viajes de Ulises… También tenía mi costado romántico y me perdía en las novelas de María Gripe y su saga Hugo o en los cuentos de María Elena Walsh. Alto en la gloria están también los dos tomos de Socorro de Elsa Bornemann y la colección del Pajarito Remendado. No pueden faltar nunca los cuentos de Andersen y los hermanos Grimm”, cuenta sobre sus primeras lecturas, y agrega: “Todavía conservo todos mis libros infantiles”.

La primera biblioteca que tuvo a mano fue la de su papá, en su mayoría compuesta por libros de física, electrónica y astronomía, pero donde también encontró clásicos, desde Borges y Vargas Llosa hasta Nietzsche y Malba Tahan: “Perdidas en el medio, también, algunas novelitas picantes. La primera biblioteca que me impactó, sin embargo, fue la de mis abuelos, que ocupa un tercio de su casa. Ambos son abogados y enamorados de la literatura clásica. Tenías desde Rilke hasta el Fausto de Estanislao del Campo, pasando por todos los clásicos grecolatinos. De esa biblioteca ligué un ejemplar increíble y agotadísimo de La diosa blanca de Robert Graves”. Además, podía consultar la de su escuela primaria, Granaderos de San Martín, “un colegio público, antiguo, enorme, en Olleros y Libertador. El edificio era de principios de siglo, pero tenía una sala agregada y refaccionada al estilo años 60. Como no me gustaba jugar al elástico ni hacer deportes, ni, en definitiva, jugar mucho con mis compañeros, me escapaba durante los recreos a la biblioteca. Aquí nace mi amor por los libros, porque el amor sin pruebas es sólo fanfarroneo: para llegar a la biblioteca tenía que atravesar dos pasillos largos. El primero era de aulas al estilo clásico. El segundo se angostaba y se volvía muy pequeñito, y era de la época refaccionada. Al final se vislumbraba la puertita de la biblioteca ¡pero antes! tenía que pasar por la vidriera del laboratorio donde había un esqueleto humano real y cosas fetosas en formol. Pensaba, racionalmente, para mis adentros: ‘No pasa nada, no están vivos y además están detrás de un vidrio’. Pero al aproximarme echaba carrera sin mirar al costado. Tenía miedo de ver un baile orgiástico de huesos y fetos burlándome. Una vez llegada me recibía Luján, la bibliotecaria, que era una tipa muy rara. No sé si era una loser de 30 o una mina muy personaje de 45. Ella me dejaba llevarme libros sin anotar o quedarme leyendo todo el recreo. Yo, a cambio, la ayudaba con la XT que tenía para fichar que la hacía engranar mal. Ella me recomendaba muchas cosas. Ahí descubrí a Asimov y a Bradbury, y leí muy buenas colecciones de revistas y cosas raras de conseguir. La biblioteca era un ala cubierta de ventanitas que daban al frondoso patio del colegio y aunque entraba una tenue luz siempre había encendida una lámpara muy cálida. Estaba enteramente tapizada de alfombra marrón y tenía unos desniveles muy pitucos y unos muebles enanos setentosos. La verdad, que ahora que lo pienso, era como una boîte forrada de libros”.

No tardó mucho, era de esperarse, en hacerse de sus propios ejemplares. Su primera compra lectora fue a los nueve: un cómic de Batman: “No pasó mucho tiempo hasta que pasé de los superhéroes a las novelas gráficas. A los doce caí en la voracidad de leer sobre mitología y religión, y de ahí pasé a la teoría del mito. Comencé a leer narrativa posta de grande, como a los dieciocho. Hasta entonces, todo era ciencias duras, leyendas, cuentos, mitos y clásicos ineludibles como Poe, Arlt, Shakespeare, García Márquez”.

Su biblioteca se compone, calcula, en un 80%, de libros usados: “Ahí es donde encontrás incunables y musts pero a buen precio. Mi librería de usados de cabecera es El Banquete, que queda en La Pampa, entre Ciudad de la Paz y Amenábar. Tengo muchos libros en idioma original también; algunos me los compré viajando, otros los mandé a pedir. Otros entré atacada a alguna librería a saciar un berretín. Muchos son regalos, porque la gente sabe que se gana una parcelita de mi corazón con un libro. Nunca me regalan discos”. Esos tesoros se guardan en una biblioteca que cataloga como “muy mona”, de madera y con puertas de vidrio para defenderlos del polvo. Están ordenados alfabéticamente en tres módulos; ensayo y humanísticas, literatura universal, y música y cómics. “Me gusta ver a mis amigos escritores rodeados de Aira, Chéjov o Alfred Jarry”.

Maffía se define como lectora así: “Soy inconstante, desprolija, caprichosa, atacada, devoradora. Suelo leer muchos libros en paralelo. Presto compulsivamente y me arrepiento al instante. Tengo dos ex libris y anoto la fecha de comprado: es un dato fundamental. Subrayo con birome o pluma, nunca lápiz. Anoto y dialogo con mi futuro Yo lector, para reencontrarme con lo que pensaba o sentía en el pasado. Lleno de escritos las hojitas extras que están antes y después del núcleo del libro. Anoto y dibujo todos los márgenes. Doblo hojas o le enchufo la birome al medio. Los separadores son hermosos y tengo miles pero no sirven para nada. Encolo y encinto y rotulo los libros maltrechos, los cuido mucho y trato de no ajarlos (a pesar de escribirlos todos) cuando los leo. Creo que uso mis lecturas como un diario íntimo escrito por otros pero editado por mí. Quizá es un descanso a un trabajo tan declarativo como cantar y componer y dar clases de canto”.

Tamaña lectora no puede producir, entonces, sonoridades que no tengan alguna relación con ese universo que se da, tomo por tomo: “Creo que mis canciones se dividen en 4 grupos: las que vienen de los sueños, las que vienen de la experiencia en carne propia, las que vienen de la observación participante y las que vienen de la razón. O sea: las que me preceden, las que encarno, las que comprendo y las que deseo entender. Mis favoritas son las de los sueños, porque vienen solas y son geniales, me las regala alguien que me susurra al oído, no sé quién, pero sé que son obsequios. Las de la experiencia cárnica estoy tratando de evitarlas a menos que la experiencia venga a mí. En una época me metí en muchos líos para tener material. Ahora prefiero saber que el lío puede venir a mí pero prefiero evitar ir a buscarlo. Las de comprender son más adultas y tienen mucha cotidianidad. Las de la razón vienen cuando leo algo que me sorprende y me deja el cerebro carburando. Por lo general, son ensayos literarios o libros científicos los que más me nutren. No por eso las canciones delatan su origen particular; son canciones normales, sólo un poco más indagatorias o intranquilas”, explica.

Si se le pregunta cuáles de todos esos libros que leyó llamaría favoritos, o cuáles la identifican o le dejaron algo imborrable, o a cuáles les tiene cariño, o como quieran llamar a los libros que te convierten en otra persona, Paula responde: “Teoría de las revoluciones científicas de T. S. Kuhn: una biblia para tener al lado de la cama. Un libro que otorga serenidad. Fuegos de Marguerite Yourcenar, mi primer amor. Carol de Patricia Highsmith, mi primer affaire. Orlando de Virginia Woolf: todo lo que quiero ser. Hans Christian Andersen es mi infancia, Mika Waltari y Sinuhé el Egipcio, Azul de Rubén Darío y Eloísa está debajo de un almendro de Enrique Jardiel Poncela son mi adolescencia, junto con Neil Gaiman y Terry Moore en novelas gráficas. Los excluidos de Elfriede Jelinek es mi temprana juventud, luego adultecí junto a Copi, Maurice Maëterlinck, Darío Fo, Edward Albee, Capote, Colette, Sartre, Bolaño, Sylvia Plath, Sor Juana Inés de la Cruz… me deshago o me deshojo”.

De los últimos libros que leyó, menciona una recopilación de cuentos y notas de Sylvia Plath que consumió en paralelo a un ensayo sobre el existencialismo del jurista Norberto Bobbio, y a algunos poemas de Héctor Viel Temperley por la noche: “En este momento, estoy atrapada por Agosto de Romina Paula, mientras mecho unas obras de Jean Cocteau. Y le sigue El viento que arrasa, de Selva Almada (me excita enormemente programarme lecturas) que pretendo mechar con un diario de exilio de Jonas Mekas, Ningún lugar adonde ir.

Como bonus track de la nota, va el último video de Las taradas:

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