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“Leer a Rimbaud fue como escuchar a los Beatles”

Música y literatura

Radiografía lectora de uno de los fundadores del rock nacional: Pipo Lernoud. “Ahora estoy en un proceso de liberarme de los libros. Debo haber regalado unos 500, más o menos".

Por Valeria Tentoni. Foto de Pía Leavy.

 

 

“Nada nos destruye porque somos lo que nos pasa”, le decía Pipo Lernoud a un amigo en una carta de febrero del 1968, unos meses antes de escribir la letra de Ayer nomás para que la cante Moris. También letrista de Tanguito y Miguel Abuelo, Lernoud es una figura fundante del rock argentino, pero, además, del periodismo que se encargó de contarlo. Lo hizo en Expreso imaginario, en Cantarock, en la Enciclopedia de los Treinta Años de Rock Nacional, en La Mano. También es uno de los pioneros del movimiento de agricultura ecológica. Y poeta: su libro Sin tiempo, sin memoria se publicó en 2007.

 

“El primer libro que me abrió la vida fue el Canto a mí mismo de Walt Whitman, traducido por León Felipe. Yo tenía trece años, me iba muy mal en el colegio. Estaba medio perdido, no era bueno estudiando, no me llevaba bien con la familia y lo único que me gustaba era leer. Cuando leí a Whitman encontré algo que me sonaba como las cosas que yo había sentido de chico en la playa o caminando por el campo. Esa cosa del cosmos y la pertenencia a la naturaleza. Me hizo entender que no estaba loco, que las cosas que yo sentía estaban bien. Después lo seguí leyendo en inglés. Ahí empecé a leer mucha poesía”, cuenta. Después de repetir cuarto año, terminó abandonando el colegio. Su mamá, dice, se lo permitió porque lo veía leyendo y leyendo y creyó “que se le iba a pasar”: “Psicología: Jung, Freud, después empecé por las Lecciones preliminares de filosofía y fui encontrando a los filósofos que me volaban la cabeza, más allá de que me gustaban mucho Cortázar o, en su momento, García Márquez. La segunda cosa que realmente me impactó fue Rimbaud: me shockeó. Leer a Rimbaud fue como escuchar a los Beatles. Lo adoré mucho, todavía hoy me sorprende. De nuevo, me dio la sensación de que todas esas visiones que yo tenía eran algo. Otro que me afectó mucho y me inspiró fue César Vallejo. Sobre todo, que el tipo era capaz de partirle el pescuezo a la gramática. Me impresionan los shortcuts, los atajos que tenía para llegar a lo que quería decir”.

Ya eran los 60, y Lernoud empezó a leer, a su vez, a Juan Gelman y Raúl González Tuñón, entre otros: “Además militaba así que también me gustaban los poetas guerrilleros. Andaba mucho por Corrientes, por los bares y las librerías. Empecé a tener gusto por el budismo zen y la filosofia hindú. Leía a Suzuki… Hay dos Suzukis: uno el autor de Mente zen, mente de principiante, que es muy bueno y actual, y hay otro, Daisetz Teitaro, el introductor del zen, amigo de Aldous Huxley, a ese tipo leía. Hay un libro de Huxley, La filosofía perenne, que junta a todos los místicos y busca el hilo conductor que los une. Me interesa muchísimo esa literatura. También Patanjali, un matemático que sistematizó todas las experiencias de los yoguis. Pasé muchos años leyendo sobre budismo, ahora estoy leyendo sobre su faceta revolucionaria. Hay unos intérpretes marxistas muy interesantes”.

Podría decirse que hay una mesa sin tiempo en el viejo café La Perla del Once en la que se reúnen a hablar de esos temas Borges, Macedonio Fernández, Lernoud y Tanguito. Y son todos jóvenes a la vez: “Hubo muchos escritores argentinos que tenían lecturas bastante profundas sobre estas cosas. Sin ir más lejos, Jorge Luis Borges y el propio Macedonio. Ellos se juntaban en La Perla del Once, que es donde también nos juntábamos nosotros. Lo descubrí hace poco. Borges, en el velorio de Macedonio, dijo: ‘Saber que el sábado nos encontraríamos en la confitería del Once a hablar infinitamente sobre la inexistencia del yo era razón suficiente para seguir vivo’. Ellos, por esos días, tenían unos veinte, con Xul Solar, Leopoldo Marechal, Scalabrini Ortíz y algunos otros más. Macedonio era mucho mayor que ellos, el gurú. Entonces, yo me imagino que en la misma mesa donde estaban Pajarito, Tanguito y Miguel Abuelo estuvieron antes Borges y Marechal. La Perla, además, durante muchos años se mantuvo igual, estaban las mismas mesas de madera”.

Otro maestro que fue muy importante para Lernoud: William Shakespeare. “Para lo único que sirvió ir al colegio fue para aprender muy bien inglés, así que lo disfrutaba desde chico ya y me aprendía los monólogos. Para mí Shakespeare, de hecho, habla también de esas cosas que mencionaba antes”.

No le gusta Bolaño: “Lo digo seriamente”, advierte, y se queja del maltrato a Octavio Paz. “A mí me gusta mucho Paz, cuando me echaron del colegio lo leí mucho, también a Alejo Carpentier, Nicolás Guillén. Octavio Paz, además, tiene mucho que ver con lo que me interesa: fue embajador en la India, tradujo al taoísta Chuang-tse”.

Lernoud sigue escribiendo letras; lo ha hecho, por caso, con Pablo Dacal o Ariel Minimal. Con este último hicieron, además, la música de la película Planta madre de Gianfranco Quattrini.

Su biblioteca creció y creció con los años, al punto de tomar toda la casa: “Ahora estoy en un proceso de liberarme de los libros. Debo haber regalado unos 500, más o menos. Tengo muchos libros que los leí, que me gustan, que están buenos, pero que no los voy a volver a leer y ocupan lugar y no entran más. Hice un poco eso con los discos, también. Así me fui liberando, pero todavía tengo que liberarme de más. Es que, tanto en música como en literatura, voy hacia lo digital. Tengo los vinilos de los 100 discos que más me importan, los de Joni Mitchell, por ejemplo, qué se yo. Lo mismo con los libros. Empecé a leer en un iPad, pero me lo robaron. Ahí tenía a Rimbaud en francés, a Whitman en inglés… Un montón de cosas interesantísimas. Está el Proyecto Gutenberg, al que estéticamente le falta mucho porque son difíciles de leer, falta un trabajo de presentación, pero está buenísimo y me encanta. Ahora leo mucho en el iPhone, y creo en eso. Ojalá fuera por budismo pero en realidad es porque no tengo lugar, que he desarrollado el desapego por los libros. Antes me costaba dejarlos, y todos tenían sentido y cuando alguien quería poner orden en mi casa y achicar el pánico de la biblioteca cada libro me parecía valioso por un motivo u otro. De todos modos, sigo comprando libros en papel”.

Busca nuevos pero también visita librerías de viejo: “Compro muchos libros usados. Cuando encuentro que fueron subrayados me da un poco de bronca, porque es difícil de leer, molesta a la lectura la raya abajo. Por mi parte, soy de marcar al costado, subrayar el renglón no me gusta. Yo pongo signos de exclamación y de pregunta al lado, participo en la hoja. Muchas veces escribo poemas atrás, a veces empiezo una idea ahí mismo. Actúo sobre los libros”, concluye.

 

 

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