¿Qué es ser humano?

Lunes 14 de setiembre de 2015
Antes que novelista, Stanislaw Lem debería ser considerado un filósofo especulativo.
Por Andrés Hax.
La literatura en general, pero la ciencia ficción en particular, es el simulacro de otra vida. Y cuando es el simulacro de una vida o una situación completamente distinta a la nuestra, el efecto puede ser como el de una droga psicoactiva. De golpe, todo que te parecía normal, todas las rutinas y los objetos, los valores y las expectativas que tenías sobre tu cotidianidad, se vuelven profundamente extrañas. Esto pasa, les prometo, cuando leen la novela de Stanisław Lem, Solaris (1961).
Hay autores que, en realidad, son filósofos especulativos. Resulta que por temperamento —u otro tipo de elecciones, que pueden ser estéticas o intelectuales— la novela termina siendo el vehículo por el que presentan, desarrollan y prueban sus ideas. Lem es este tipo de novelista. En este artículo nos vamos a limitar a Solaris (y también a la adaptación del legendario director ruso Andrei Tarkovski, que con una película del mismo nombre ganó el Grand Prix Spécial du Jury en Cannes en 1972).
Más que discutir Solaris, vamos a presentar una serie de pautas con las que el lector o la lectora puedan seguir sus propias exploraciones sobre el texto, la película y los complejos y fascinantes temas que provocan.
Antes que nada, para los no iniciados, afirmaremos sin dudas que Solaris es un clásico de los clásicos de la ciencia ficción como 2001 odisea en el espacio, Un mundo feliz, Yo robot, Veinte mil leguas de viaje submarino, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? y La mano izquierda de la oscuridad, para nombrar algunos.
Pero también es una gran novela y punto. Algún intrépido profesor de literatura podría dar un seminario sobre la literatura de viajes e incluir a Solaris en una lista junto a El corazón de las tinieblas, Moby Dick y La vida de Pi.
Solaris es un planeta que se ha descubierto hace unas generaciones y que ejerció una profunda fascinación en la humanidad. Entre otras cosas, parecería estar vivo. El planeta tiene una conciencia, aunque no es posible comunicarse con él, de la misma manera que hoy, por ejemplo, no podemos comunicarnos con los árboles o el mar. Además su superficie, que no es ni sólida, ni gaseosa ni líquida, asume formas vastas y cambiantes, que provocan reacciones de asombro, melancolía y hasta de amor en los astronautas que lo visitan. Pero hace tiempo que el interés por Solaris tanto del público en general como el de la comunidad científica, se ha desvanecido.
Aún permanece, sin embargo, una estación espacial que gira alrededor de Solaris. Está equipada con instrumentos, naves espaciales de corto rango y una biblioteca con la obra científica de generaciones de investigadores.
La acción de la novela comienza el último día en la Tierra de Kris Kelvin, un psicólogo que está a punto de zarpar a la Estación Solaris para investigar el extraño mensaje de sus tripulantes. Algo muy raro está pasando: el Dr. Gibarain explica con desesperación que es menester venga Kelvin con prisa. Que no puede dar detalles, pero que tiene que venir, que solamente él podrá ayudar.
Aquí nos encontramos con un punto bisagra de esta nota. Podríamos seguir explicando el mundo y la trama de la novela, o pasar a considerar las cuestiones metafísicas. Optamos por la segunda; de esa manera no habrá spoilers, pero aún tenemos que decir algo central en la trama. Si quieren leer Solaris totalmente vírgenes, sin saber nada de lo que va a pasar —que es como se debe leer— lo mejor sería que abandonen este artículo.
En la estación Solaris quedan, incluyendo a Kelvin, tres científicos. Uno —el que mandó el mensaje— se suicidó. El planeta crea una persona que acompaña a cada tripulante. En el caso de Kelvin es su ex esposa, quien hace años, en la Tierra, se suicidó. Esto podría sonar maravilloso, pero es terrorífico: la persona es exactamente igual a como fue en la vida real. En el pasado. Su memoria, su cuerpo, su olor. En el caso de Kelvin, es su esposa. Pero, por supuesto, no lo es. Y esto es profundamente siniestro.
Gran parte de la novela consiste en Kelvin examinando la situación con una frialdad científica, pero a la vez con una profunda angustia existencial. Esta examinación, si la divorciamos del entorno —una nave espacial sobrevolando el mar de un misterioso planeta— es una pregunta sobre la naturaleza humana. ¿Qué es un ser humano? ¿Qué es la memoria? ¿La memoria de una persona es tan real como la persona misma? ¿Qué es la realidad? ¿En qué consiste? ¿Cuán sólida es? ¿Cuán rápidamente puede ser eliminada? Y también tenemos que preguntarnos: ¿Cómo mantenemos vivo el amor? ¿Cómo mantenemos una pareja junta? ¿Qué es lo que nos da vida? ¿Es posible conocerlo? ¿Hay algo que nos da vida? Y si lo hay, ¿nos podemos comunicar con él?
Estas preguntas parecen ser académicas o sin aplicación a la vida cotidiana, pero les pregunto: ¿Conocen a una persona con Alzhéimer? ¿O a una pareja que se ha separado aún queriéndose? ¿Conocen a alguien quien se murió joven? Y si están inmersos en un paisaje de una belleza asombrosa y conmovedora, ¿saben qué hacer con el exceso de emoción que se les provoca? ¿El cielo tendrá inteligencia? ¿El mar? ¿Las montañas? ¿Las miles de aves que bailan en el cielo crepuscular? Y además, ya que estamos, ¿qué es lo que tenemos que hacer con nuestras vidas?
Todas estas preguntas se aplican al dilema del protagonista de Solaris. Pero, dadas las circunstancias y la inestabilidad psicológica de sus compañeros, son preguntas de vida o muerte que le conviene resolver rápidamente.
Aun leyendo Solaris más de una vez, uno se queda con un vacío, con la necesidad de seguir hablando sobre la novela. De vivirla más, de entrar más profundamente en ella.
Una manera de hacer esto es ver la adaptación de Tarkovski. Es una película soviética, lenta, extraña, meditativa. Como la novela, es la obra de un poeta. Aunque está en el canon de películas de ciencia ficción, es una película de ciencia ficción atípica. Tras ver la película entera, uno se da cuenta que la parte más conmovedora es el comienzo, donde se muestra al protagonista aun sobre la Tierra, en un enorme bosque, o en la dacha de sus padres. Hay escenas imperdibles, como un largo debate en un comité burocrático sobre la necesidad de mantener la estación Solaris en funcionamiento, o un viaje en auto por autopistas y túneles que logra mostrar a la Tierra como si fuera un planeta ajeno o, en todo caso, una enorme nave espacial.
Luego de ver la película es inevitable que las impresiones y conclusiones sobre la novela se alteren. Entre otras cosas, surge una molesta melancolía sobre cuán frágiles son nuestras visiones del futuro. Cuando una visión del distante futuro, hecha en el reciente pasado, resulta ser tan tiernamente naife, nos hace dudar sobre nuestras posibilidades de imaginarlo. Y, por lo tanto, nos sentimos solos y aislados. Nos damos cuenta que sólo tenemos el presente. Pero también vemos en la película la fragilidad del presente: las imágenes al principio de la película, cuando aun están sobre la tierra, son de un mundo desaparecido, tan remoto como cualquier visión futurista.
Tareas para el hogar
- En varios lugares se ha dicho que "Solaris” fue la respuesta de Tarkovski a “2001: una odisea del espacio”, de Stanley Kubrick. Ambas películas fueron hechas en plena guerra fría, una por un soviético y otra por un estadounidense. ¿Es posible ver estas obras fuera de la retórica ideológica de su época o son armas culturales de esa batalla?
- Una de las cosas que anticipó —o sobre la que advirtió— Kubrick es sobre la inteligencia artificial. ¿Se puede ver lo mismo en Tarkovski con respecto a la clonación?
- Tarkovski es celebrado como uno de los grandes y más exquisitos cineastas. Miren este video de 22 minutos que analiza, toma por toma a cuatro escenas de Solaris. Esta hecho por un cinéfilo y discute tipo de tomas, ángulos de cámara, movimientos de cámara y la duración de las tomas. Su énfasis está puesto en mostrar cómo la forma de filmar de Tarkovski es diametralmente opuesta al estilo de Hollywood. Les garantizo que tras ver esta pequeña película entenderán a Tarkovski y a “Solaris” de otra manera. Les va a hacer darse cuenta de que ver o leer sin un intenso compromiso intelectual e espiritual equivale casi a no haber leído la novela o visto la película.
- ¿Es legítimo pensar en Solaris de Lem y “Solaris” de Tarkovski como una obra? Si fuera así, la película le permitiría a uno apreciar la obra de una manera que sería imposible sin ella. Y viceversa. Pueden pensar en otras parejas novela-película en donde esto sucede.
- Piensen en cómo pasa el tiempo en una novela versus cómo pasa en una película. La ilusión de tiempo que crea cada artefacto. ¿Cuáles son los recursos del escritor y del cineasta para acelerar, decelerar y —generalmente— manipular el tiempo?
- Open Culture, un sitio web dedicado a difundir materias culturales gratis online, tiene una excelente colección de posts sobre Tarkovski. No se lo pierdan.
- La moda, frecuentemente, es tratada como algo frívolo. No lo es. Comparen los vestuarios de la “Solaris” de Tarkovski con la adaptación de Steven Soderberg. Hay mucho para hablar y explorar en este tema. Es más: un excelente libro podría ser escrito a partir de la vestimenta en las películas de ciencia ficción.