¿Por qué me gusta mirar videos de explosiones nucleares?

Jueves 16 de abril de 2015
"La procastinación es parte integral del proceso creativo".
Por Luciano Lamberti.
¿Por qué me gusta mirar videos de explosiones nucleares? ¿Qué hago viendo escenas de tornados que arrasan pequeñas poblaciones norteamericanas? Se pasó la mañana y estuve mirando escenas de ovnis de menor o mayor credibilidad en todas partes del mundo. Vi actualizaciones de Facebook. Leí opiniones triviales en Twitter (¿las hay de otra clase?). Jugué unos 40 partidos blitz de ajedrez en chess.com, leí los diarios oficialistas y de los otros, investigué concienzudamente sobre el tornado de San Justo de 1973. Todo antes de ponerme a escribir. ¿Escribí? No. Me siento pésimo.
Idelsa, mi asistenta personal, alemana y corpulenta, me cierra la computadora sobre los dedos, corta la conexión a internet y me amenaza amablemente con infringirme quemaduras de tercer grado con colillas de cigarrillos rubios fumados por ella misma si no me pongo inmediatamente a trabajar. Empiezo a decirle que la procastinación es parte integral del proceso creativo pero una mirada suya basta para callarme.
Empezá con una escena potente, dice Idelsa, que ha leído algún que otro manual de escritura y es fanática de Florencia Bonelli y de las novelas romántico erótico históricas en general. Una escena que le dé ganas al lector de seguir con tu novela. No te pongas experimental, te lo pido por favor. A nadie le interesa tu patética vida. Escribí ficción, por Dios Santo. Pensá en Dickens por Dios y la Virgen del Perpetuo Socorro. ¿Con qué vas a alimentar a tu hijo? ¿Con halagos de los hipters en Facebook?
Mientras recibo sus azotes (verbales y no tanto) pienso en los escritores más prolíficos, que sin tantas neurosis se sentaban y escribían lo que les salía (y les salía bien, maldita sea). Georges Simenon, por ejemplo, uno de los casos más famosos, con 192 novelas escritas a su nombre (y varias más con seudónimo) y hacerle el amor a treinta mil mujeres, lo que casi parece más verosímil. La vida es corta y hay que aprovecharla: Asimov publicó más de 500 libros, Agatha Christie 110, Corín Tellado (otras de las amadas por mi temida Idelsa) tiene en su haber, ejem, 4000 títulos.
Pero el caso más impresionante es el del autor brasileño de origén japonés Ryoki Inoue. En 1986, a los 40 años, abandonó la medicina, a la que se había dedicado hasta entonces, y comenzó a escribir a una velocidad apabullante, tanto que en breve ocupó la mayor parte del mercado brasileño y tuvo que inventarse 39 seudónimos por sugerencia de su editor. Sí: 39, seudónimos. Escribe unos seis libros por mes, y es un autor prohibido entre los empleados de algunas fábricas porque “disminuye la productividad”.
En el otro extremo tenemos a los escritores de un solo libro, o que abandonan la literatura después de un par de libros. Son aquellos que, por alguna razón, prefieren abrazar el silencio, retirarse de la vida productiva. En Baterbly & compañía Vila Matas realiza un inventario de todos aquellos escritores que, por desconfianza hacia el lenguaje, “prefieren no hacerlo”. A pesar de ser intelectual y finoli, es un libro lleno de gracia, compuesto por el mismo personaje de todos los libros de Vila Matas: ese neurótico adorable que es él mismo. Pero nada se nos dice en él de la procastinación casi genética de los escritores. No puedo mostrárselo a Idelsa como justificación. Tendré que seguir sufriendo sus (no tan) sutiles torturas de la mente y la piel. Las mejores ideas me vienen cuando no puedo escribirlas, y siempre hay algo más liviano que hacer que sentarse a escribir: liviano y placentero.
63 personas murieron (y 200 resultaron heridas) en el tornado de San Justo de 1973. Fue un tornado F5, es decir: el más alto en la escala Fujita, y afectó a una pequeña localidad de la provincia de Santa Fe. El agua entera de una laguna fue succionada por el poder del viento. Encontraron un caballo (vivo) en la copa de un eucalipto. El viento levantó a veinte vacas a unos treinta metros para luego aplastarlas contra el suelo. Un vecino se asomó a la ventana de su casa y vio al sulki de un conocido dando vueltas en lo alto. Levantó una mano para saludarlo.
¿No es hermoso? ¿Para qué necesito escribir o leer literatura cuando la realidad ya me basta y me sobra?