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¿Por qué, Isabel, por qué?

Una lectura moderna de un clásico sin tiempo.

Por Florencia Scarpatti.

Leí Retrato de una dama con el mismo entusiasmo con el que mi mamá vio “Las mil y una noches” por televisión. Durante dos semanas esperé que terminara el día para seguir la vida de Isabel Archer, su protagonista, y también para tratar de entenderla. "¿Cuál es tu Onur, Isabel?" me pregunté durante la primera mitad del libro y en la segunda, ¿por qué Isabel, por qué?

Henry James escribió la primera versión de la novela a los 37 años y a los 65 hizo una revisión por lo que --cuenta Harold Bloom-- hubo casi dos Isabeles Archer. Pero yo diría que son más, porque el retrato va cambiando a lo largo de la obra como un personaje de Shakespeare.

 

Llegué al libro por el insistente e infalible “vos tenés que leerlo” de una amiga y, perdón Nabokov que en tu "Decálogo del buen lector" desaconsejás la identificación por personaje, pero habiéndome alcanzado la flecha de la vanidad, fui a la librería y lo compré para descubrir qué parte del retrato me devolvía el espejo.

Lo cierto es que es un libro para cualquiera porque está increíblemente bien escrito, las frases interminables de Henry James te suben a la cabeza como una enredadera y en lo alto dan flores. Pareciera que las oraciones están lustradas con el mismo pañuelo de seda con el que escritor limpiaba los libros de su biblioteca.

Me gustó leerlo porque habla de la conciencia, de la libertad, de los momentos decisivos de la vida y por lo tanto de los errores, de aquel gran error y también de aquel gran amor; de la traición y ¿quién no estuvo ahí?

“Llevaba dentro un gran caudal de vida, y su placer más hondo era sentir la continuidad de los movimientos de su alma con las agitaciones del mundo”, así emerge la heroína de Henry James a la superficie de las primeras páginas. Isabel Archer, una mujer dispuesta a no aburrirse, libre, graciosa, de gracia, de tener gracia para atraer a quien quiera que sea. La vi trasladándose desde Estados Unidos a la casona de su tía en Inglaterra. La vi llegar y conquistar, primero al tío, después al primo y a cada persona que se le cruzó en el camino.

- ¿Quién era ese caballero que estaba en el jardín cuando llegué? le pregunta a su primo Ralph.
- Un vecino. No viene con mucha frecuencia.
- Lo siento, me gustó.

Ese era Lord Warburton autor de una declaración de amor que de tener medias mientras leés, las verás caer: “Soy un animal muy juicioso. No me disparo fácilmente, pero cuando algo me llega al corazón es para toda la vida. Para toda la vida, Isabel: para toda la vida”. Con el lord inglés los separaba la clase social.

Caspar Goodwood, que ahora que pienso parece el nombre de un personaje de Dickens, el paciente y constante Caspar Goodwood. Constante como la lluvia, diría Lorrie Moore. De esos hombres que no aceptan fácilmente una derrota. De Caspar Buenamadera la separaba la pasión, tal vez demasiada. Y el miedo.

Por último el impostor, que no diré su nombre porque estaría contando la novela donde paradójicamente la vida de nuestra heroína es arruinada por el hombre que más la quiso.

Casi al final del libro Isabel vuelve a sentarse en el banco donde seis años atrás dos hombres se le habían declarado y empieza a recordar ese momento y mientras leía recordaba yo también a otras mujeres de la literatura que vi sentadas en bancos. Me acordé de Tatiana, la heroína de Pushkin cuando se encuentra con Eugenio Oneguin en el jardín después de haberle escrito una carta diciéndole que lo amaba y esperando respuesta. Para la poeta rusa Marina Tsvietáieva “él no amaba por eso no se sentó, amaba ella por eso se levantó. Tatiana quedó sentada en ese banco por toda la eternidad” .

Pienso entonces en mujeres que en algún momento quedaron suspendidas en el tiempo por un amor desgraciado. Pienso en mí, en mi mamá y en por qué le gusta mirar "Las mil y una noches por televisión". Se lo pregunto por whatsapp y me responde que por “el romanticismo, por las miradas, por las manos y los ojitos de Onur, porque hay fracasos, victorias y perdones” y pienso que no es tan distinto a lo que me gustó a mi de esta novela del siglo XIX .

Si es como decía Kafka, que un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros, haber leído Retrato de una dama fue entonces como navegar en aguas profundas.

 ***

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